Aprendí a vivir en una cárcel de costumbres y aún planeo la fuga; allá donde el rumor del silencio se viste de ruido.
Mi horizonte no era de mar, sino de áridos llanos y olas de viento. Mil noches de borrasca, mil días de sequía. Impaciencia y soledad colgadas del segundero. Trajín de bielas y gargantas vacuas.
Estudié la ignorancia y me eduqué en la huida.
Y huí.
Y morí solo.
Amé la libertad bebiendo gasolina y fuego. Me convertí en humo sin incendio, en pasto efervescente.
Un nómada de la rutina.
Un emigrante de mí mismo.
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