"Cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida nos perfecciona y enriquece más aún por lo que de nosotros mismos nos descubre, que por lo que de él mismo nos da."
Miguel de Unamuno

Al oeste del presente

"¡En qué patéticos esclavos nos convertimos por el poder dominante de la gravedad sobre todas las cosas de la tierra! (...) Nuestro único consuelo es que no podemos solucionarlo. No es fallo nuestro: nos guste o no, tenemos que obedecer a la gravedad, nuestra tirana."
M.C. Escher


Sobre mi mano una brújula rota y allá delante un cuaderno de páginas de aire. 
El vértice enrojecido de la aguja flota inquieto entre el aceite, palpitando en vertical y encajonado en su norte. Al otro lado del cristal mi pupila decidida a traspasarlo.
Al otro lado de la puerta mi mente caminando de espaldas hacia delante. Mirando atrás para dar otro paso en dirección contraria. 
Es así el futuro un pasado contrario. Un recorrido por caminos cerrados que convergen en el ahora. Un espejo cóncavo de noches pasadas. 
Nunca fue el futuro un tiempo de cobardes, sino de osados; ni el presente de los temerarios, sino de tibios. 

Echa a correr con los ojos vendados y dime en qué bando estás. Echa a correr porque te va la vida en ello. Sé o no seas, sepas o no sepas qué hacer, quieras o no quieras saberlo. Pero corre, corre hacia delante sin temer hacia atrás.
Llenas las venas de velocidad y el pellejo de heridas, persigue algo sin parar jamás; sin que caiga sobre tu cabeza el telón del presente aletargado. Levanta tu mano y gira la bola del mundo sobre la que te sostienes. Se derrite el azar, se pinta todo de certidumbre sin probar suerte. Señala vicioso la siguiente meta, en el morado de las cumbres más altas o el azul de una fosa oceánica. Aunque estallen tus tímpanos de presión. Adéntrate donde quieras. Acerca tu piel fría a la tierra humeante del infierno. 
En el pasado nada vale nada. 
Son tus piernas las que indican el camino, la mente miente. 

De nada sirve saber qué no hay que hacer. 
Rellenando huecos eché a correr al escribir la primera letra. 
La brújula ahora no parece tan rota. 
Y el norte apunta directo a mí.

Gritos sordos y demás sandeces



¿Qué pasaría si una fuerza imparable chocara contra un objeto inamovible?


Quiero pensar que no pasaría nada si no pasara nada. 
Estamos siempre demasiado atentos a lo que vaya a pasar. Siempre expectantes. Pasamos la vida clasificando actos, ordenando secuencias de hechos. Causas y efectos. Acciones y reacciones. Semillas y frutos. Obsesionados por saber dónde estamos, en qué punto del tiempo nos encontramos; cuánto queda para llegar o hace cuánto que empezamos. Desde que tenemos los ojos abiertos somos conscientes del tiempo y del espacio. Desde aquél primer viaje en coche en que preguntamos "¿cuánto falta?" anotamos datos y calculamos distancias. 
Tenemos un miedo enorme a la incertidumbre, que está soldada a la libertad más pura. Sin referencias somos totalmente libres. Sin incertidumbre somos esclavos de nuestras metas y víctimas del pasado. Nos negamos la libertad que nosotros mismos inventamos; esa sensación innata que jamás podremos experimentar.


Quiero pensar que existen cosas inalterables. Que ni el viento puede arrancarlas ni el sol hacerlas palidecer. Que aunque pase sobre ellas el tiempo con garras de acero permanezcan impasibles. Dentro de este mundo de desorden creciente tiene que haber indultos, tiene que haber tres, cuatro cosas contra las que el tiempo se de por vencido porque sea incapaz de hacerlas caer. Y perduren como están, eternas; trascendiendo todo lo demás.


Quiero pensar en esas canciones que no se pueden escuchar. En esa música y ese tono que te lleva hacia lugares que creías destruidos, y siguen tan dentro que no se pueden ni ver. En esas letras que has oído una vez y se han quedado para siempre. Que tienen tanta verdad que asusta y arañan tanto que clavan las uñas en la palma de la mano (http://youtu.be/T4JrQpzno5Y).


Quiero gritar y que no pase nada. Abrazar la libertad un segundo y volver a atarme entre pros y contras, entre comienzos y finales. Escapar de la línea bidimensional del espacio y el tiempo y poder mirarla a dos metros de distancia. Viajar caminando desde el crudo asfalto al más llano y polvoriento de los páramos; escuchándome respirar, leyendo la furia con los puños cerrados y los dientes exprimidos. Con el cuello roto de tensión y sintiendo que a cada paso automático me alejo de donde no estoy. Atravesar calles en diagonal y partirle la media sonrisa en dos a aquél que cruce en paralelo. Y llegar al centro de donde no hay nada, y gritar como nadie oirá jamás. Que se extinga el eco, que no se mueva un grano de arena. Que el silencio caiga en tempestad, nada más; ni un sonido, ni siquiera el torcer del viento. Y volver por donde haya ido. Y que no haya cambiado nada.
Y que no haya cambiado. Nada.

Inventario

7.04 a. m.
Queda sólo un rastro de manada hambrienta. Una senda nómada entre la nada rojiza, tapizada de lenta polvareda. Como rescatada de la grabación del documental de un documental.
Los hechos resultan ser limitantes. Las horas limitan los resultados.
Cero a cero puede ser un buen marcador, aun sin más ambición que la de saciar una sed travestida. De genio, de criba, de mezcla de bujías y gasolina.
Camuflar los medios dejando ver el fin es propio de magos, ocultar el blanco con los medios es juego de trileros.


Deseos con forma y sin fondo, esperanzas huecas y pupilas opacas.
Eso es lo normal, nunca la norma.

Visible mundo de lo invisible





Hoy todo está conectado. 
Hoy las trabas son líneas quebradas en los cables que cruzan delante de nuestros ojos, uniendo las piezas de este puzzle como un pegamento invisible. Infalible ante miradas ingenuas.
Todo pasa ante nosotros, no hay secretos. Todo pasa de largo. 


Lo que antes era disfraz es ahora costra, perpetua. 
No quedan uñas con las que rascarla y destapar la nueva piel. No quedan llamas con las que envolverla en fuego. 
Sólo queda miedo y cobardía. Sólo el deseo animal de asistir atónito al paso de los días serenos.


Fue en algún momento, escondido bajo carteles coloristas y promesas mundanas, cuando las palabras dejaron de ser símbolos de las ideas para volverse ocres, como la tierra sobre la que escupimos.
Nadie tuvo noticia de cuándo le robaron sus sueños para convertirse en simples fichas, caducas e interconectadas, incapaces de moverse. Ciegas y sordas ante la inmensidad. Mudas ante lo que la corteza esconde.


Y es aquí ̶̶̶—detrás del punto de fuga del horizonte geométrico— donde el deseo es sepultado por la realidad. Se amputan las ilusiones y la ventura marca el límite de lo inalcanzable. Sometidos al vaivén de la masa errática y farsante. Encapuchados para confundirse entre ella. 
Se transfiguran los hechos y se convierten en barro con el que moldear el día a día. Cuando la mentira es mordaza los dogmas se quedan en bragas, con una pistola temblando en la sien si son señalados.


Es justo ahí. 
Donde de veras lo imposible es imposible. Donde el anhelo es inalcanzable y sólo queda pretender tomar su forma para sentirlo pegado a la piel como el viento. Es el veneno que mata y que da cuerda a la vida.
En esta amalgama de cables y ruinas. 
Aún se respira Verdad en el moribundo visible mundo de lo invisible.

(Re-)empezar


Como ruedas encajadas en el eje del presente, dueño del destino y del camino. Somos esclavos de ojos vendados y manos atadas. 

Luchamos sin saber para qué, sólo luchamos. 
Respiramos sin saber por qué, sólo respiramos. 




El tiempo es un ciclo que muda la piel cada vez que muere agosto. 
Re-empezar, reemplazar. Resignarse a desconocer y reencarnarse en una versión mejorada con piernas de ceniza y fango. 
Mirar alrededor y creer en la suerte. Mirar al interior y renegar de ella. 
Sentir los mordiscos de la impaciencia. Causar la casualidad. 
Ecualizar los tonos más graves y más agudos, ponerse una careta de normalidad y echar a andar. Imponer un ritmo ágil escondido en frases calmadas. 
Beberse las tardes hablando de nubes y claros. Retorcerse entre los tentáculos de la nostalgia y amanecer por la noche. Y esa noche escuchar cómo se derrumba el muro. Escuchar las primeras palabras graves como disparos de bala, embadurnarse de ellas. Correr como si no hubiera un mañana. 
Contar los días en paralelo, viajar en vientos paralelos. Calarse de gotas de lluvia paralelas. 
Tocar el borde entre lo insignificante y lo fundamental. Hacer más anchos los segundos. Vivir creyendo que puede pararse el tren del tiempo. Engañarse y recordar hacia delante. Abrasarse de calor y chocar contra el calendario. 
Pensar, estar ausente, equivocarse y volverse a equivocar; acertar una o dos veces. Verse arder al sol de agosto. Y volver a empezar.

Por quinta vez, (bis).

Aquí




Donde el negro se pinta de añil y la hierba hiere, donde las manos se secan y las escamas se caen. 
Montado en una bala directa a la cabeza, la calma necesaria es hielo al sol de julio. El aire ya se ha fundido; y flota sin rumbo mecido por el viento contradictorio de la lejanía. 
Es aquí donde las aves silban un continuo despertar de neón eléctrico, donde los claros se retuercen entre ramas y oscuridad súbita. Donde las casas callan a tu paso y las farolas se hacen tenues al mirar. Donde las grietas se cosen con hilo invisible y donde dos líneas paralelas chocan y se entretejen. Donde las horas no son más que montones de arena que lanzar al cielo. Es aquí donde el ruido se armoniza en eco. Donde la sangre hierve congelada. 
Cuando el tiempo se puede tocar y se escapa el norte, y cuando la bruma tranquila devora el sueño. Cuando cada día cambia el color de los zapatos.
Es aquí cuando el sonido de tus pasos redobla al estar sentado. 
Es aquí cuando el infinito se encoge y gotea sobre tu piel.
Es aquí donde el pasado es de madera y el futuro sólo un charco de aceite sobre el que volver a dibujar.






Siempre a la contra.

Aprendí a vivir en una cárcel de costumbres y aún planeo la fuga; allá donde el rumor del silencio se viste de ruido. 
Mi horizonte no era de mar, sino de áridos llanos y olas de viento. Mil noches de borrasca, mil días de sequía. Impaciencia y soledad colgadas del segundero. Trajín de bielas y gargantas vacuas. 
Estudié la ignorancia y me eduqué en la huida. 


Y huí. 
Y morí solo. 


Amé la libertad bebiendo gasolina y fuego. Me convertí en humo sin incendio, en pasto efervescente. 
Un nómada de la rutina. 
Un emigrante de mí mismo.