"Cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida nos perfecciona y enriquece más aún por lo que de nosotros mismos nos descubre, que por lo que de él mismo nos da."
Miguel de Unamuno

Gritos sordos y demás sandeces



¿Qué pasaría si una fuerza imparable chocara contra un objeto inamovible?


Quiero pensar que no pasaría nada si no pasara nada. 
Estamos siempre demasiado atentos a lo que vaya a pasar. Siempre expectantes. Pasamos la vida clasificando actos, ordenando secuencias de hechos. Causas y efectos. Acciones y reacciones. Semillas y frutos. Obsesionados por saber dónde estamos, en qué punto del tiempo nos encontramos; cuánto queda para llegar o hace cuánto que empezamos. Desde que tenemos los ojos abiertos somos conscientes del tiempo y del espacio. Desde aquél primer viaje en coche en que preguntamos "¿cuánto falta?" anotamos datos y calculamos distancias. 
Tenemos un miedo enorme a la incertidumbre, que está soldada a la libertad más pura. Sin referencias somos totalmente libres. Sin incertidumbre somos esclavos de nuestras metas y víctimas del pasado. Nos negamos la libertad que nosotros mismos inventamos; esa sensación innata que jamás podremos experimentar.


Quiero pensar que existen cosas inalterables. Que ni el viento puede arrancarlas ni el sol hacerlas palidecer. Que aunque pase sobre ellas el tiempo con garras de acero permanezcan impasibles. Dentro de este mundo de desorden creciente tiene que haber indultos, tiene que haber tres, cuatro cosas contra las que el tiempo se de por vencido porque sea incapaz de hacerlas caer. Y perduren como están, eternas; trascendiendo todo lo demás.


Quiero pensar en esas canciones que no se pueden escuchar. En esa música y ese tono que te lleva hacia lugares que creías destruidos, y siguen tan dentro que no se pueden ni ver. En esas letras que has oído una vez y se han quedado para siempre. Que tienen tanta verdad que asusta y arañan tanto que clavan las uñas en la palma de la mano (http://youtu.be/T4JrQpzno5Y).


Quiero gritar y que no pase nada. Abrazar la libertad un segundo y volver a atarme entre pros y contras, entre comienzos y finales. Escapar de la línea bidimensional del espacio y el tiempo y poder mirarla a dos metros de distancia. Viajar caminando desde el crudo asfalto al más llano y polvoriento de los páramos; escuchándome respirar, leyendo la furia con los puños cerrados y los dientes exprimidos. Con el cuello roto de tensión y sintiendo que a cada paso automático me alejo de donde no estoy. Atravesar calles en diagonal y partirle la media sonrisa en dos a aquél que cruce en paralelo. Y llegar al centro de donde no hay nada, y gritar como nadie oirá jamás. Que se extinga el eco, que no se mueva un grano de arena. Que el silencio caiga en tempestad, nada más; ni un sonido, ni siquiera el torcer del viento. Y volver por donde haya ido. Y que no haya cambiado nada.
Y que no haya cambiado. Nada.